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Las reválidas: el nuevo traje del emperador




Las reválidas han abierto un debate entre los docentes que va desde la pasiva aceptación de lo dado hasta la más contundente militancia en su contra. El debate de las reválidas se enmarca en uno más extenso e indignante: la Lomce. Me gustaría compartir algunas sensaciones sobre las reválidas a la luz de este curso que comienza.

Pese a que las reválidas tienen un carácter prescriptivo, con hoja de ruta incluída, desde que se anunciaron hasta la fecha de hoy, a las puertas del inicio del curso 2016-2017, son una auténtica entelequia. Ningún docente sabe nada acerca de la naturaleza de la prueba, salvo especulaciones variadas, surgidas al calor de la incertidumbre política. Por lo tanto, si debemos atarlos al peso de la ley, los docentes hoy por hoy tan solo tienen obligación de cumplir con el currículo Lomce en relación a contenidos, criterios de evaluación y estándares de aprendizaje, con la consecuente libertad de utilizar las metodologías e instrumentos evaluadores que cada uno considere oportuno para que sus alumnos alcancen las competencias básicas. 

Sin embargo, los docentes parecen estar expectantes y preocupados por los derroteros que tomará la reválida, sin saber muy bien si deben fortalecer tales o cuales instrumentos de evaluación para que los alumnos se enfrenten mejor a la reválida. La maestra de mi hijo (5º de Primaria) confesaba no atreverse a adoptar metodologías colaborativas en su aula a causa del miedo que le produce la reválida, obligándola a ceñirse a instrumentos de evaluación tradicionales. Si ya estaba costando a muchos docentes animarse con ciertas innovaciones metodológicas en su aula, la reválida ha hundido toda esperanza de atreverse a cambiar. Un miedo fundado en expectativas más que en certezas atenaza a los docentes. Y digo "expectativas" porque no sabemos en qué consistirá la reválida, aunque intuimos que será escrita, individual y con preguntas semiabiertas o cerradas, de contestación breve y semibreve, lo que limita el marco metodológico al dominio de unas cuantas competencias y a tipos de examen tradicionales.

Os cuento el caso de mi área, Filosofía. La Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato desaparece de la reválida -¡por fin!-, pese a que en Extremadura se mantiene de obligado estudio en todas las modalidades. La Filosofía de 1º de Bachillerato sigue siendo troncal y entrará en la reválida de manera obligatoria, por lo que el alumno que estudió el curso pasado deberá dentro de nueve meses hacer la prueba -¡menuda insensatez!-, esa prueba de la que el profesorado no tiene ni idea desde que se aprobó la Lomce. Por lo tanto, los docentes que hemos impartido Filosofía de 1º de Bachillerato este pasado curso lo hemos hecho intentando que nuestros alumnos consigan los estándares de aprendizaje prescritos, pero con metodologías que pueden legítimamente ser diferentes del modelo de evaluación que imponga la reválida. La nebulosa que impide conocer la naturaleza de la reválida obliga al docente a enseñar a oscuras, a tientas y con inquietud, con el dilema entre la responsabilidad que tienen ante sus alumnos para que aprueben la reválida y la honestidad profesional de enseñar adoptando criterios pedagógicos de calidad. No solo las reválidas son un sinsentido, sino que encima se atreven a tener a los docentes en ascuas, a expensas de las ocurrencias políticas de turno. Un desatino que afecta más que a nadie a nuestros alumnos y del que los padres no tienen apenas información. Y esta falta de información produce miedo a que sus hijos suspendan la reválida, presionando a los docentes a ceñirse a la ley, una ley que dicta, pero no educa, y ni siquiera sabe qué dirección tomar.

A quienes no solo no nos gusta, sino que además detestamos el modelo de reválida, tenemos claro que no daremos aire a este despropósito más allá de lo que sea estrictamente prescriptivo. Seguiremos utilizando metodologías colaborativas, fomentaremos el debate, el pensamiento crítico, la oralidad, la creatividad, frente a la memorización de datos y las pruebas estandarizadas. Seguiremos en la medida de lo posible limitando el daño educativo que supone fijar pruebas externas vinculantes, apostando por una educación diferente. 

Estoy deseando que las áreas de mi departamento dejen de ser obligatorias en cualquier tipo de prueba final. La reválida no solo no ha mejorado esta situación, sino que la ha empeorado. Por lo menos con la Pau, los alumnos se examinaban en la Selectividad de contenidos que habían dado hace nada; ahora deben hacerlo de aquellos que dieron hace nueve meses y sin saber cómo será la prueba. Infame. Y si hablamos de la reválida de Primaria la adjetivación subiría de tono. 

Algunos alumnos de mi centro, poco competentes pero lúcidos, han captado al vuelo la situación a la que les conduce la reválida de 4º de Eso. Ya que sabemos que no iremos a la Universidad, nos trae más cuenta meternos en la Fp Básica, que siempre será más fácil, y después hacer un Ciclo de Grado Medio, que terminar los cuatro años de Eso y someternos a una prueba que quizá no aprobemos y nos condena -¡esa es la ironía!- a la Fp Básica. 

Aún así, pese a que las reválidas sean motivo de preocupación entre algunos docentes porque afecta directamente a la calidad de su enseñanza, la mayor parte del profesorado mantiene silencio. A los equipos directivos no les preocupa tanto las miserias educativas de la Lomce cuanto el volumen de papeleo nuevo que requerirá y la readaptación organizativa en relación a reparto de horarios y áreas. A los docentes, la preocupación por la reducción de horas y el trabajo extra que supone adaptarse al nuevo panorama. Hay escepticismo entre el profesorado, cocido a fuego lento a causa de las numerosas leyes educativas condenadas a no durar ni solucionar nada. Otra ley vendrá y para nada servirá. Lo triste es que este escepticismo no conduce a reilusionar al profesorado, sino simplemente a adaptarse a lo que venga, a poner un cómodo automático. Falta no solo entre nuestros políticos, también dentro de las escuelas visión de futuro, proyectos a largo plazo, una dirección compartida que mejore la enseñanza desde el interior de los centros, no a través del recurso mediocre a pruebas estandarizadas. Pero claro, para ello docentes y padres deben recuperar su poder, no ceder ante la amenaza de que frías estadísticas, leyes de salón, dicten el futuro de nuestros hijos. Ustedes dirán.

La doble vara de la innovación educativa



Quienes pululáis por este microclima de innovación educativa, conversos convencidos que leéis estos blogs y compartís decepciones y experiencias por las redes, sabéis que el reto del futuro no es tanto fortalecer nuestras sinergias a través de redes colaborativas. Eso ya lo estamos haciendo, y lo seguiremos haciendo (pese a sentir a veces que estamos solos, aislados, sin apoyo). El reto principal es evangelizar en tierra yerma, sumar braceros en nuestros centros que se animen a cambiar formas de entender este noble oficio de enseñar. Ese es el verdadero reto. Y para ello debiéramos tener el apoyo de las administraciones, que el currículo escolar y las políticas educativas estuvieran encaminadas hacia ese verdadero viraje metodológico, adoptando medidas estructurales valientes y sólidas, continuadas. Pero eso no está sucediendo. Por el contrario, nos encontramos con que se reinventan reválidas que obligan al docente a ceñirse a las exigencias de una prueba estandarizada, alejada del cambio que ya muchos docentes están haciendo posible en su día a día a nivel metodológico. 

Tiene uno la sensación de que la política educativa maneja una doble vara en materia de innovación. Utiliza a los docentes innovadores como luminoso escaparate político; se le llena la boca de supuesto apoyo a los cambios que hacen estos docentes que emplean tiempo y esfuerzo extra que nadie les obliga a realizar, pero los hechos demuestran que a nivel estructural no se están haciendo cambios que demuestren una apuesta por este modelo educativo. 

Por otro lado, la política educativa confunde a menudo innovación con dispositivos TIC. Favorece una percepción de que la sola adquisición de gadgets traerá un cambio metodológico, cosa que no solo es ingenua sino también nociva, ya que se está lanzando un mensaje confuso a los docentes que aún no han adoptado metodologías nuevas o a los que se lo están pensando. Para un político es más fácil vender sus medidas educativas a través de la presentación mediática de nuevas dotaciones antes que tener que explicar proyectos y cambios estructurales. Luce más lo primero de cara a la galería. Pero no es solo una cuestión de imagen. La política educativa actual a optado también por un compromiso estable con editoriales y empresas de telecomunicaciones; apostando por un modelo TIC estandarizado (portátil, pizarra y libro digital) que en ningún caso se acompaña con un proyecto vinculante en materia de formación metodológica del profesorado y evaluación seria y continuada de proyectos innovadores. Esto favorece al escéptico y al ateo que mira con sospecha los cambios de la minoría. Es más, favorece el mantenimiento de metodologías de aula tradicionales, solo que adornadas por el velo de falso viraje que otorga tener en el aula portátiles y pizarras.

No se prevé que, pese a lo parece vendernos la política educativa, los próximos años vayan a ser fáciles para el docente innovador. Quede constancia que nunca me gustó este término, innovador, porque lanza el mensaje de que deben ser un puñado de valientes voluntariosos, a merced de los elementos, los que se lancen a hacer aquello que debiera ser un compromiso estructural del sistema educativo, apoyado eficazmente por las administraciones, con decisiones que vayan encaminadas a cambiar espacios, horarios, medios, modelos de evaluación, proyectos de formación y redes de colaboración. Bajo este escenario, el docente innovador queda de nuevo relegado al rol de héroe anónimo, entregado a la causa, por voluntad propia, pero sin un ecosistema que favorezca que la excepción sea la regla.