La doble vara de la innovación educativa



Quienes pululáis por este microclima de innovación educativa, conversos convencidos que leéis estos blogs y compartís decepciones y experiencias por las redes, sabéis que el reto del futuro no es tanto fortalecer nuestras sinergias a través de redes colaborativas. Eso ya lo estamos haciendo, y lo seguiremos haciendo (pese a sentir a veces que estamos solos, aislados, sin apoyo). El reto principal es evangelizar en tierra yerma, sumar braceros en nuestros centros que se animen a cambiar formas de entender este noble oficio de enseñar. Ese es el verdadero reto. Y para ello debiéramos tener el apoyo de las administraciones, que el currículo escolar y las políticas educativas estuvieran encaminadas hacia ese verdadero viraje metodológico, adoptando medidas estructurales valientes y sólidas, continuadas. Pero eso no está sucediendo. Por el contrario, nos encontramos con que se reinventan reválidas que obligan al docente a ceñirse a las exigencias de una prueba estandarizada, alejada del cambio que ya muchos docentes están haciendo posible en su día a día a nivel metodológico. 

Tiene uno la sensación de que la política educativa maneja una doble vara en materia de innovación. Utiliza a los docentes innovadores como luminoso escaparate político; se le llena la boca de supuesto apoyo a los cambios que hacen estos docentes que emplean tiempo y esfuerzo extra que nadie les obliga a realizar, pero los hechos demuestran que a nivel estructural no se están haciendo cambios que demuestren una apuesta por este modelo educativo. 

Por otro lado, la política educativa confunde a menudo innovación con dispositivos TIC. Favorece una percepción de que la sola adquisición de gadgets traerá un cambio metodológico, cosa que no solo es ingenua sino también nociva, ya que se está lanzando un mensaje confuso a los docentes que aún no han adoptado metodologías nuevas o a los que se lo están pensando. Para un político es más fácil vender sus medidas educativas a través de la presentación mediática de nuevas dotaciones antes que tener que explicar proyectos y cambios estructurales. Luce más lo primero de cara a la galería. Pero no es solo una cuestión de imagen. La política educativa actual a optado también por un compromiso estable con editoriales y empresas de telecomunicaciones; apostando por un modelo TIC estandarizado (portátil, pizarra y libro digital) que en ningún caso se acompaña con un proyecto vinculante en materia de formación metodológica del profesorado y evaluación seria y continuada de proyectos innovadores. Esto favorece al escéptico y al ateo que mira con sospecha los cambios de la minoría. Es más, favorece el mantenimiento de metodologías de aula tradicionales, solo que adornadas por el velo de falso viraje que otorga tener en el aula portátiles y pizarras.

No se prevé que, pese a lo parece vendernos la política educativa, los próximos años vayan a ser fáciles para el docente innovador. Quede constancia que nunca me gustó este término, innovador, porque lanza el mensaje de que deben ser un puñado de valientes voluntariosos, a merced de los elementos, los que se lancen a hacer aquello que debiera ser un compromiso estructural del sistema educativo, apoyado eficazmente por las administraciones, con decisiones que vayan encaminadas a cambiar espacios, horarios, medios, modelos de evaluación, proyectos de formación y redes de colaboración. Bajo este escenario, el docente innovador queda de nuevo relegado al rol de héroe anónimo, entregado a la causa, por voluntad propia, pero sin un ecosistema que favorezca que la excepción sea la regla.

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