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Libros educativos sin ánimo de lucro



Entre 2012 y 2013, los libros de texto subieron un 2,39% en general, 2,6% en Secundaria. Entre 2010 y 2011, en Extremadura las editoriales facturaron un 14,78% menos y bajando. En 2010 se editaron 107 libros digitales de pago; en 2011, 1.080, y en 2012, 2.694. Una subida exponencial. Las editoriales hacen frente al cambio de paradigma cultural y a sus preocupantes pérdidas en papel, trasladando paulatinamente su negocio al formato digital. No contentos con este repunte económico, llegan a acuerdos sustanciosos con el Mecd y las Comunidades Autónomas para asegurarse durante décadas el negocio, implantando un modelo de contenidos digitales oficiales, a través de plataformas corporativas. Por ahora, la alfabetización digital de las familias y, cómo no, el acceso a recursos tecnológicos, así como el desarrollo de las infraestructuras educativas, se produce de manera creciente, pero no suficiente como para ofrecer directamente, en un par de años, un acomodo digital a los contenidos curriculares. Las editoriales saben o esperan que dentro de unos años los padres acaben pasando por caja. En Extremadura, tendremos en unos años el proyecto sCholarium, y otras comunidades planean el suyo propio.

Creo, sin embargo, que debemos pararnos a pensar con serenidad si este modelo de sinergia entre empresas tecnológicas, editoriales e instituciones educativas debe vertebrar de manera radical el nuevo modelo de acceso a contenidos en la escuela del siglo XXI. Más aún ahora que las desigualdades económicas y una fuerte fractura socioeconómica subraya un desequilibrio a la hora de acceder estos contenidos. Hoy mismo he tenido Ccp en mi centro y es la primera vez que nos encontramos con alumnos de segundo de Bachillerato que no pueden pagarse la inscripción a la prueba de selectividad, o que una cantidad significativa de alumnos de Eso deben recurrir a las fotocopias de materiales para estudiar. 

La administración educativa parece, aún así, convencida de que el modelo de futuro debe ser aliarse con las grandes corporaciones editoriales y del ramo tecnológico para edificar el acceso a contenidos, sin contar con la comunidad educativa a la hora de delinear este modelo ni tener en cuenta la gran riqueza de recursos que se encuentran en la red, ese extenso lugar en donde construir contenidos libres y compartidos. Existe -como ya sucediera con la filosofía del software libre, tan importante en Extremadura- la posibilidad de potenciar la elaboración de contenidos digitales realizados por docentes, con el apoyo de instituciones educativas como la Universidad y su evaluación en manos de instancias educativas competentes. Ya se están dando ejemplos sugerentes como el ofrecido por Marea Verde en la Comunidad de Madrid, quienes poco a poco van extendiendo una cultura de participación que, estoy convencido, debe ser el eje diferenciador de toda escuela pública. Hace un tiempo vi en un telediario cómo padres y docentes (incluso alumnos) de un colegio público de Primaria, ante la imposibilidad de afrontar el pago de la pintura del colegio, decidieron juntar un puñado de manos generosas y pintar ellos mismos su colegio. Esta actitud, más aún ahora, en tiempos de tormenta económica, es la que debe ejemplificar la asunción de lo público como un bien a proteger y a velar entre todos, exigiendo a las administraciones educativas un modelo sostenible y socialmente equilibrado.

No son pocos los que deseamos un modelo educativo público en el que se subraye la autonomía de la comunidad educativa como eje esencial del aprendizaje y de la enseñanza, pasando por la elaboración de sus propios contenidos curriculares. Y sospechamos, no sin razones, del modelo rutilante y políticamente vendible ante la opinión pública del actual proyecto de implantación de las TICs y acceso a contenidos educativos, mediado por lobbies del sector. 

Recuerdo cuando los materiales educativos, por ejemplo, de Infantil, eran elaborados artesanalmente por los propios maestros. Hoy, sin embargo, unos padres que tengan dos hijos en esta etapa deben asumir un gasto de unos 500 euros si quieren ofrecerles lo que el sistema les exige. Cuadernos de fichas trimestrales de 80 u 90 euros cada uno. 

Pero no piense mi lector que defiendo este modelo solo por una cuestión de sostenibilidad económica. Estoy convencido de que el modelo tecnológico de contenidos digitales que ofrecen las editoriales es en esencia un timo pedagógico. Reproduce -vendido bajo la pirotecnia de la llamada interactividad- el modelo tradicional de acceso al conocimiento a través de un recorrido predeterminado, no contextualizado a la diversidad del aula y atado a la dictadura de la pantalla, sin tener en cuenta la necesidad de creación de experiencias prácticas de aprendizaje, colaborativas y ligadas directamente a la experiencia real, más allá del aula. En resumen, los contenidos no son tan importantes como el contexto metodológico en el que se insertan los aprendizajes. Sin embargo, la política educativa en materia de formación, desarrollo de las TICs y dotación de materiales parece estar atada a la ruta que imponen las editoriales y las empresas que venden gadgets como pizarras digitales y tabletas; por no contar la tajada del pastel que se lleva Telefónica.

Se está imponiendo un modelo pedagógico en el que los gurús tecnológicos suplantan la importancia de la didáctica por el boato placentero del contenido digital. La oralidad, el debate y la elaboración directa de la experiencia de aprendizaje se pierden bajo esta nueva forma de monarquía tecnológica.

No son pocos los docentes que se dejan deslumbrar por este modelo, esencialmente porque ofrece un espacio de enseñanza cerrado, fácil de seguir, sin esfuerzos añadidos que le lleven a adaptar los materiales a la diversidad de su alumnado. Es decir, que te lo pone fácil; como me confesaba una compañera: no te tienes ni que mover de la silla, la pizarra lo hace todo. El alumno se levanta, hace el ejercicio y listo. 

Este viraje hacia la dependencia de las TICs como mediadoras en el proceso de aprendizaje supone un grave engaño al que por pereza, cobardía y rédito político se pliegan no solo la administración educativa, también los propios docentes, contentos de tener un entorno de aprendizaje que les facilite la evaluación de tareas y mantenga a los alumnos hipnotizados por la pizarra digital. Es más difícil poner en marcha un proyecto que lentamente, pero con determinación, favorezca el cambio progresivo hacia metodologías más eficaces, sin el placebo del falso objetivismo y  el espectáculo que brinda el ítem digital, y que centren sus esfuerzos en la adquisición de conocimientos relacionados con los retos de la vida real, conocimientos aprendidos mientras se practican, mientras se comparten y se trabajan en equipo. Claro que para que esto se dé la administración educativa debe transformar la función docente a través de un cambio en la formación del profesorado, repensando lo metodológico; un cambio en el currículo, adaptándolo a los conocimientos que demanda la vida contemporánea; una organización de centro, entendido éste como una comunidad viva, ligada a su entorno de convivencia; y, por supuesto, unos recursos evaluables, contrastados y sostenibles. 

Libros digitales: se abre la veda




Ya lo anunció hace pocos meses la consejera de Educación y Cultura del Gobierno de Extremadura, Trinidad Nogales. El modelo futurible de integración de las TICs dentro de las aulas extremeñas pasará por la santísima trinidad de pizarra, wifi y tabletas (por ese orden). Los acuerdos con Telefónica  y el maridaje con las editoriales del ramo están pendientes de un calendario que depende de los presupuestos, solo de eso. Puede tardar más o menos, pero el modelo es el que es. Las aulas de Primaria y Secundaria ya están casi todas dotadas de una pizarra digital, decisión que ha sido recibida con entusiasmo por el profesorado (analfabeto digital y no tanto), quienes por un lado se sienten aliviados por no seguir dependiendo del engorro de los portátiles y por otro interpretan la pizarra como un digno sucesor del proyector de diapositivas, solo que más vistoso e interactivo. La pizarra no trae un viraje metodológico; al contrario, se adapta a las mil maravillas al modelo tradicional de exposición audiovisual prediseñada, solo que esta vez permite que el alumno pueda usar el dedo índice y sentirse feliz al comprobar cómo un audio le motiva con un ¡bien, lo has hecho genial! La pizarra ofrece de cara a la galería una imagen de innovación educativa que puede convencer a ingenuos ciudadanos o a docentes que no buscan quebrarse mucho la cabeza y ven en este invento un eficaz prodigio que reduzca su esfuerzo y satisfaga su autoestima profesional. Todos contentos, para qué pedir más, ¿no creen?

Sin embargo, permítanme ser escéptico y pedir un esfuerzo extra a nuestra consejera, a sus asesores y también, por qué no, a mis compañeros docentes. Pongamos en suspensión por un momento nuestro entusiasmo tecnológico y centremos el asunto en cómo enseñar, no en los dispositivos, no en los contenidos. De hecho, ni siquiera en esto último nos hemos puesto a evaluar si son realmente útiles para la práctica docente. Los usamos porque son -permítanme la licencia popular- guais, mantienen al adolescente cautivado con el soporte que adorna el contenido. Sin embargo, encontrarán cientos de docentes, asesores, técnicos, consejeros, vendedores de gadgets, empresas tecnológicas que les recitarán con sonrisa profiden las potencialidades de estos nuevos cachivaches. Ya empieza a haber todo un conglomerado de agentes educativos que viven por y para las TICs (entre los que en parte me incluyo) y que parecen haber sustituido el anterior modelo pedagógico, más centrado en lo procedimental, en el aprendizaje significativo, por toda una religión sobre cómo hay que enseñar, que lleva aparejada al parecer la necesaria presentación de contenidos enlatados (píldoras los llaman ahora) para su degustación en pizarras digitales (y más tarde, en tabletas con wifi). El asesor formativo es hoy un experto en TICs, a menudo sin formación pedagógica, pero con la gracia de tener la moda a su favor, y sin rigor evaluativo de su labor docente. Hoy todos, o la mayoría, somos docentes modernos, digitalizados, y quien más o quien menos aplaude el salto hacia el uso de estos dispositivos, obviando por supuesto si este giro viene acompañado de la solidez de una reflexión sobre la metodología a utilizar. Ni siquiera los CPRs, quienes debieran ser garantes de esta formación, se ocupan de facilitar algo más que el manejo adecuado de los dispositivos que la Consejería previamente ha empotrado en el aula, sin complementos didácticos que lo fundamenten.

Hoy mismo he conocido el aperitivo de la famosa marca Digital-Text, sus recién cocinados libros digitales, en cuya web se puede degustar una primicia de sus materiales. Incluyen un vídeo en el que relatan sus virtudes milagrosas:



Como no me gusta opinar sin ver, los he probado y sinceramente me han decepcionado, incluso en algunos casos se percibe un acabado estético pobre y una interactividad reducida a cliquear y listo, previa lectura de unos temarios sencillos acompañados de imágenes animadas. Poco más. El acabado es similar a los ODIs de Constructor.

Pruebo, por ejemplo, éste:


Y al pinchar se abre esta ventana:


A la derecha tienes unos iconos que te permiten hacer ejercicios relacionados con los temas de la izquierda. Los ejercicios se pueden extraer en pdf e imprimir. Son todos tipo test, elige la respuesta correcta, relaciona términos, etcétera. Perfecto si no deseas complicarte la vida ni contextualizar o establecer niveles de comprensión. Lo mismo que ofrece un libro de texto, pero más vistoso. Los puedes poner en la pizarra y solucionar las tareas en grupo. Los textos explicativos son poco agradables a la vista, sin puntos y aparte ni colores, y con un lenguaje no muy bien adaptado al nivel de comprensión lectora y sin vocabulario auxiliar. Me recuerda mucho a las primeras enciclopedias digitales de Windows.



En de esperar que estos libros digitales mejoren sus servicios y contenidos, pero el formato es el que es, una réplica interactiva del modelo tradicional de presentación de contenidos. La interactividad existe entre el alumno y la tarea digital. No hay trabajo cooperativo ni construcción activa de contenidos. Al docente solo se le exige elegir la tarea, encender la pizarra y listo. El alumno solo debe adecuar la respuesta al grado de atención, asimilación y estudio de contenidos textuales previos. La única innovación está en el soporte; el contenido y su metodología se mantienen intactos.

La píldora digital es el átomo de comprensión al que se ajusta el modelo tecnológico de la Consejería de Educación de Extremadura, y por extensión del resto del territorio nacional. Cualquier amago de reajuste metodológico corre a cargo del libre albedrío, la voluntad y el tiempo extra del docente. La formación tecnológica del profesorado se limita al manejo técnico de dispositivos y herramientas digitales, sin adaptación metodológica ni previsión evaluativa.