La programación como proceso creativo
Recuerdo que cuando empecé en este oficio, al inicio de curso tirabas de BOE y libros de texto para elaborar la programación y listo; era una labor rutinaria, un trámite por el que tenías que pasar lo más ligeramente que pudieras. Los veteranos te confesaban que era mero papeleo, que copiaras y pegaras, que la inspección no las leía, que a lo sumo no te pillaras los dedos y dejaras claro los porcentajes de evaluación, no sea que viniera un padre o un alumno a buscarte las vueltas. Y así lo hacías. Una vez entregada, seguías con comodidad el plan de estudios que te proponía el libro de texto y ancha es Castilla.
Algunos de vosotros, mientras leíais esto, seguro que estabais pensando: ¡Pues como ahora! ¿Acaso ha cambiado el cuento? Así es, no ha cambiado mucho. Programar sigue siendo para una amplia mayoría de docentes ese tedioso trámite prescriptivo por el que debes pasas año sí y el otro también, ese rito en el que casi nadie confía que sirva para algo más que cubrirte las espaldas ante futuribles reclamaciones. ¿Para qué programar si el libro de texto hace esa labor por ti? Basta seguir los contenidos y tareas que propone la editorial, añadir unos gramos de tu propia cosecha y listo. Ya tienes hecho el 50%; el otro 50 se resume en corregir exámenes y rezar para que no te toquen malos alumnos. Confío que mi paciente lector haya captado el explícito sarcasmo que contienen mis palabras.
Si echo la mirada hacia atrás, agradezco haberme encontrado por el camino a docentes proactivos que con su ilusión y proyectos compartidos han ido poco a poco -sí, poco a poco, todo proceso de conversión requiere tiempo- moldeando mi percepción de este oficio, haciéndome reflexionar acerca de mi manera de programar, evaluar y dar clases, aprendiendo cada año sin dar nada por sabido.
La programación pasó así de ser una rutina administrativa a convertirse en un proceso creativo, que se va moldeando durante semanas hasta tener consistencia suficiente como para echar a andar. Los días previos al comienzo de curso, una vez que ya sé qué áreas voy a impartir e investigo sobre los cambios de legislación (este curso la LOMCE trastoca para mal nuestras buenas intenciones), tengo en mi escritorio una libretilla donde anoto las ideas que se me van ocurriendo y que después se convertirán o no en proyectos reales. Tengo claros algunos principios pedagógicos insobornables: no tendrán libro de texto, crearán ellos mismos los contenidos y lo harán utilizando una metodología diversificada, realizando al menos un proyecto colaborativo por trimestre. Aprenderán a trabajar en plural y todas las tareas y los proyectos serán compartidos de forma creativa. Por último, además de mi evaluación, se evaluarán a sí mismos, tanto individual como colectivamente.
En la programación, traduzco los estándares de aprendizaje a un lenguaje accesible e intento simplificarlos, aunando algunos que persiguen objetivos comunes. La lectura final de los estándares de área debe ser clara y sencilla, fácilmente identificable en la práctica diaria. Con los contenidos hago algo similar, los decodifico y simplifico, trastocando el orden en el que vienen determinados a priori, reagrupándolos bajo un criterio que se ajuste a cómo quiero organizar el curso. Si trabajas por proyectos y de forma colaborativa, es útil agrupar diferentes contenidos y estándares en un solo proyecto, sin estar éstos en los mismos bloques y orden que fija el currículo. Si te guías por un libro de texto, es fácil -aunque no des todos los contenidos- que sigas un orden cronológico prefijado; con el trabajo colaborativo este orden es necesario trastocarlo. Son los contenidos y estándares quienes se adaptan al proyecto y no al revés, porque en un solo proyecto puedes estar profundizando en diferentes estándares y contenidos, en los que algunos de ellos ahondarás en otros proyectos.
Los libros de texto agrupan los contenidos de forma cronológica o a través de temáticas, añadiendo a cada bloque y unidad tareas de comprensión, profundización y repaso. Este es el esquema básico de trabajo que proponen las editoriales. Sin embargo, cuando quieres trabajar a través de retos, muchos de ellos colaborativos y que a veces requieren una semana o más de realización, no puedes seguir este modelo.
Es útil observar qué contenidos persiguen objetivos comunes, fácilmente identificables en los estándares, e ir creando -este es el verbo correcto- una nueva secuencia de trabajo que creas que se ajustará bien a tu metodología. Esta reflexión es casi inexistente en el docente que se limita a seguir el libro de texto; a los sumo elimina un tema o se lo salta. Esta actitud cambia cuando decides que serán los propios alumnos quienes creen sus contenidos. Cuando evalúas los retos o proyectos, debes tener muy claro qué contenidos y estándares cubrirán, de tal manera que en posteriores tareas identifiques mejor qué competencias no se han reforzado o debes mejorar.
Una vez que tienes clara la organización del área y sabes cómo vas a evaluar, toca hacer un boceto preliminar de las primeras semanas de clase. La primera fase es totalmente creativa. Tiro de mi libreta, borro, añado, garabateo, imagino, esbozo, planifico... coloco encima de un sillón que hay en la sala de trabajo de mi casa materiales que creo que pueden servirme; alguno aún no tengo ni idea para qué lo usaré, pero los pongo encima, necesito visualizarlos y dejar que me hablen. A veces es una noticia de prensa, un vídeo, una imagen, otras la idea de otro docente -las redes digitales son un excelente caldo de cultivo de ideas creativas-, incluso un objeto cotidiano (un globo, un rollo de cocina...) me ha dado a veces ideas que han funcionado.
Lo cierto es que al comenzar el curso no tengo ni idea de cómo voy a enfocarlo, qué haré la primera semana. Necesito tener la cercanía de la clase para saber cómo orientarlo y poco a poco ir dándole forma. Sé cómo en global voy a organizarlo, tengo algunos proyectos claros, herramientas a mano, pero el enfoque debo conformarlo a pie de aula, porque existen factores subjetivos que lo determinan y que son fundamentales para moldear los tiempos, los ritmos, la organización del trabajo colaborativo... En un par de semanas el curso comienza a caminar por su propio pie.
Muy importante, explicar a los alumnos al inicio de curso de forma clara y sencilla cómo es tu metodología y tu forma de evaluar. También es importante recordárselo durante todo el curso porque los alumnos están acostumbrados a un tipo de metodología tradicional (libro, tarea, examen); quizá seas tú el único que utilizas otro tipo de metodología en ese aula y eso requiere una adaptación. No des por hecho que el alumno te va a entender a la primera; recuerda que a ti también te ha llevado años adaptarte a esa metodología. Y no basta con explicarlo, hay también que dejar clara la forma de trabajo, qué rol asumirá cada uno en un reto colaborativo, qué hará cada uno, de qué tiempo dispondrán, qué materiales utilizar y cómo hacerlo... El trabajo por retos o proyectos, donde los contenidos son creados de forma creativa y colectiva por los alumnos, requiere que el profesor prediseñe el plan de trabajo y después lo coordine y evalúe durante todo el proceso. El docente deja de ser transmisor de información y se convierte en un facilitador de experiencias de aprendizaje, lo que requiere un trabajo previo de diseño.
Una metodología que se escribe en gerundio, dinámica, activa y colectiva, aunque en un principio sea necesaria una fase reflexiva. Imagino, pienso, comparto y actúo. La reflexión debe conducir a la acción a través de un proceso creativo compartido.
Supone una contradicción trabajar por proyectos colaborativos, de forma creativa y constructiva, y después tú, como docente, no aprender de la misma forma. De ahí que el proceso de diseño de una programación, diseño de retos y proyectos y su posterior evaluación debiera por lógica ser también creativo. La programación no es un mero documento, es un músculo vivo; no es para el inspector, es un cuaderno de bitácora que irá creciendo a lo largo del curso a través de tu portafolio de aula (diario de abordo). Recuerda que cualquier documento que redactes, si lo elaboras solo como un trámite burocrático, acabará olvidado en un cajón o en una carpeta remota de tu disco duro. Sin embargo, si lo haces tuyo, parte del aprendizaje de tu proceso de enseñanza, tirarás de él, lo retocarás, harás borrones, imaginarás nuevas rutas... Será algo vivo, a ritmo de la dinámica incesante del curso.
Es difícil enseñar lo que no se ha aprendido; y no me refiero a un aprendizaje teórico, de asimilación de datos, sino al aprendizaje de una cultura de trabajo. Por eso es recomendable que si vas a enseñar de esta forma, aprendas como docente de esa forma, diseñes tu proceso de enseñanza de esa forma, generes sinergias colaborativas con otros docentes durante el curso, desaprendas más que aprendas. Y esa cultura de trabajo empieza en septiembre. ¿Te apuntas?
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